el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 27 de agosto de 2011

27/ 08: CARLOS GARDEL


Por segunda vez en pocos meses me toca leer la biografía de uno de los mitos que la remota Argentina le regaló al mundo en el Siglo XX. Ya pasó el Che, y ahora es el turno del Zorzal, el carismático y enigmático Carlos Gardel.
Y el rótulo “biografía” en este caso no es del todo exacto, porque Carlos Sampayo y José Muñoz agarran para otro lado: proponen –antes que una biografia lineal- un debate acerca de puntos oscuros en la vida de Gardel. Centrados en sus últimos años (desde su viaje a EEUU hasta su muerte), hacen hincapié precisamente en el carácter esquivo, ambiguo, del ídolo máximo de la canción rioplatense. Nos lo muestran coquetear con el socialismo, pero mantener vínculos con el partido conservador; nos lo muestran viril y ganador con las minas, pero hábil para gambetear el encuentro sexual, incluso con su novia; nos lo muestran esmerado por no definir nunca el tema de su verdadera fecha y lugar de nacimiento, como si el tipo buscara intencionalmente fomentar las versiones contradictorias, como si supiera que la incertidumbre acerca del hombre sólo podía potenciar la fuerza del mito.
La reflexión que parece mover a Sampayo (y que según cuenta en un prólogo, nace de una charla con Oscar Zárate) nos habla de cómo un personaje de identidad borrosa se convierte en el más notorio rasgo de identidad de un país (el nuestro) siempre proclive a la ambigüedad y la indefinición a niveles patológicos. Para hilvanar las anécdotas, Sampayo imagina un debate televisivo entre un fan acérrimo de Gardel y un iconoclasta que subraya sus rasgos menos atractivos, y por otro lado –pero destinado a chocar contra el civilizado debate- un anciano que dice conocer a fondo a Gardel desde su juventud. Este personaje, Merval, logrará que su obsesión por Gardel termine por subsumir su propia identidad: en sus momentos finales, preso del delirio, Merval creerá (como nos hemos creído tantas veces tantos argentinos) ser Gardel, y morirá abrazado al recuerdo del cariño de su viejita (la del Zorzal) y del aplauso de las masas fascinadas por su voz.
Esta escena es terriblemente conmovedora y los autores nos la narran en paralelo con la de la llegada a Buenos Aires de los restos de Gardel, ese momento definitivo en el que mito y pueblo se abrazan para siempre. Pero hay varias secuencias memorables, como aquella en la que Gardel, apasionado de la música y de la timba, une ambas pasiones en una mesa de poker en la que despluma a Duke Ellington y su banda. En todas las secuencias brilla con irresistible fulgor el pincel de José Muñoz, el genio del claroscuro. El incansable maestro inventa algo nuevo cada vez, y este trabajo no es la excepción. En las secuencias que muestran la Buenos Aires de los años ´30, Muñoz dibuja a los “extras” con un trazo 100% caricaturesco, con lo cual los fondos se pueblan de personajes que nos remiten a los grafismos de Quinterno, Battaglia, Divito, Mazzone, Fola, Ianiro, Oski, Torino y demás glorias de la historieta humorística argentina anterior a 1960. También se luce al recrear los rasgos de personajes reales como Alfredo Palacios, Azucena Maizani, Duke Ellington o Alfredo Lepera, y por supuesto en la recreación de vehículos, ciudades y vestimentas de los años ´30. Un trabajo apabullante de un creador único, de inagotable vigencia.
Y otra vez, la música. Como en Billie Holliday, como en el Fats Waller que realizara junto a Igort, Sampayo vuelve a componer odas a los grandes de la música en forma de partituras dibujadas, que no se disfrutarán con el oído, sino con la vista. En este caso cuenta con la interpretación virtuosa, intensa y comprometida de su socio de siempre, el que lo entiende y lo complementa como nadie. Y juntos nos dejan ovacionándolos de pie, al grito de “u-na más, y no jodemos más”… aunque sea mentira, porque en realidad queremos MUCHAS más de Muñoz y Sampayo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran reseña, Andrés.

Saludos,

Otto