el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 26 de enero de 2013

26/ 01: LOST DOGS

Ufff! Otro comic tremendo, desolador, desgarrador...
Esta es la opera prima de Jeff Lemire, realizada en 2004, cuando era un pibe canadiense totalmente desconocido. Lemire ganó la beca Xeric (bancada por el maestro Peter Laird) y pudo editar Lost Dogs con la irrisoria tirada de 700 ejemplares. Ahora, con el pibe canadiense ya totalmente asentado como una de las voces más interesantes del comic norteamericano actual (e incluso con acceso cuasi ilimitado al mainstream de DC), Top Shelf desempolva este clásico reciente para que los giles que llegamos tarde lo podamos descubrir.
Esto es, por decirlo en forma sencilla, historieta cruda. Se nota demasiado que cuando Lemire parió esta obra no había tenido ningún contacto ni con profesionales grossos ni con editores que le bajaran línea o le dieran consejos acerca de qué hacer y qué no en una novela gráfica. Entonces, por un lado tenemos una obra brutal (en todo el sentido de la palabra), rudimentaria, visceral, y a la vez una obra 100% honesta, que sólo refleja lo que Lemire quiso (y pudo) hacer con los precarios materiales y las escalofriantes ideas que tenía en aquel momento.
Lost Dogs me hizo acordar bastante a Stigmata (reseñada el 16/05/11), porque en ambas el protagonista es un chabón grandote, cuyo nombre no sabemos, y que evidentemente tiene pocas luces. En ambos casos, el grandote sufrirá pérdidas jodidísimas y lo distinto es cómo cada personaje encarará la lucha por salir del fondo de la tabla. Un poco por estas similitudes con Stigmata hice el ejercicio mental de imaginarme Lost Dogs dibujado por Lorenzo Mattotti y casi me viene a buscar la ambulancia... en fin, no nos vayamos de tema...
La novela de Lemire trata muy, muy mal a este personaje que habla poco, pero al que se le nota que es buen tipo. Tanto que sufrimos con él, queremos verlo dar vuelta la situación de mierda que le toca vivir, encontrar una nueva chance de ser feliz... forget it. Sólo encontrará crueldad, sordidez y desesperanza, en una trama lineal, sencilla y a la vez completamente impredecible, con esos estallidos de violencia que vimos en algunos pasajes de Sweet Tooth, pero mucho más bestial, porque acá Lemire todavía no tenía la sutileza de sus obras más recientes.
Creo que la crudeza del dibujo le hace el aguante a la del guión. Pareciera que Lemire bocetó las páginas en un papelito cualquiera, simplemente para planificar la disposición de las viñetas, y en base a eso dibujó directo en tinta, con pinceladas bien zarpadas de negro, algún detalle en rojo y un laburo de grisados increíble, con un manejo muy acertado y muy sutil de las aguadas (y sí, algo de sutileza se tenía que colar). Lemire venía de estudiar Cine y enseguida se da cuenta de que para meter al lector en la historia tiene que manipular, por un lado, los climas y por el otro, el tempo narrativo. En ambos rubros el pibe se desempeña como un campeón, como un profesional con 25 años de trayectoria. Los climas que logra son asfixiantes, sumamente coherentes con lo que transmite el guión, y ayudan muchísimo a que todo lo que sucede nos resulte mucho más estremecedor. El tempo está perfectamente controlado, con muchas páginas de 9 cuadros, alguna hasta de 12 (ya está, ya lo perdimos a Mattotti) y algunas splash pages de enorme impacto. Lejos las tres más originales, más logradas, más memorables son las del abrazo final entre el grandote y su esposa en el hospital, con las que Lemire busca lograr la versión historietística de un fundido, o de una imagen que se va distorsionando, pero con una expresividad y un vuelo conmovedores.
Acá empieza la leyenda de este narrador nato, de este autor siempre jugado a las historias fuertes, bravas, poco convencionales, a los climas extraños y potentes y a un trabajo con los personajes (generalmente bastante freaks) que hace que nos identifiquemos de una con ellos. Acá Lemire todavía estaba muy lejos del nivel de dibujo que pela hoy, y aún así, por la prepotencia de las ideas y por su carácter de labor genuina, sin contaminar ni condicionar por nada ni nadie, Lost Dogs no se lee como una obra precaria, ni mucho menos fallida. Se ve estéticamente rara, se siente cruda, pero no desentona para nada con la onda del guión que –repito, por si no quedó claro- es de una crueldad atroz y de una emotividad a la que pocas historietas se animan a aspirar.
En la pila del material pendiente de lectura (ya más montaña que pila) tengo The Underwater Welder, la nueva obra de Jeff Lemire. Ahí veremos cuánto de la magia de Lost Dogs le quedó al canadiense después de estos años de prostitución creativa al servicio de Dan DiDio, Bob Harras y demás encarnaciones del Mal.

3 comentarios:

Fe. dijo...

"Prostitución creativa" hehe, injusta y necesaria. buena reseña. Salutte.

Anónimo dijo...

No tiene un carajo que ver, pero me compré el invierno del dibujante y leí la reseña del libro, en el cual decías que en Columba había ocurrido algo similar a lo contado por Roca. Fue en el 89? es decir lo que comentaste en el ultimo podcast? de los guionistas llendo a trabajar a Italia?

Andres Accorsi dijo...

No, fue después, en el ´95, cuando surgió la movida de ACHA.